"Toda
idea, toda ocurrencia, sin importar cuán grande o pequeña, podía ser dicha en
cualquier hora y lugar con la mayor sencillez del mundo. Escribirla, darle
presencia en el mundo material, solamente poseía una mínima dificultad
requerida para su nacimiento dimensional. Ponerla en marcha, por otro lado,
representaba una odisea que jamás vería justicia en las páginas de ningún libro
(lamentándolo por Homero) o en los pixeles de ninguna pantalla.
Porque no era asunto de valor,
no era asunto de creatividad ni de perspicacia. Tampoco era una batalla de
voluntades internas.
Era un asunto de locura.
El poner en marcha algo
novedoso, en contra de todo lo conocido y repetible, el hecho de crear, no era
más que la demencia misma puesta en acción y en espera de una reacción
beneficiosa para las partes interesadas. Qué tan loca sería definida la mente
detrás de los hechos iría de la mano de la cantidad de riesgos, qué tanto hay
que perder y qué tanto hay que ganar. El miedo no tenía cabida en tal locura,
porque los locos no son cobardes.
Tampoco son valientes, porque para ser valiente se necesitaba un miedo al
cual superar".
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