sábado, 30 de abril de 2016

Fanfiction

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Fanfiction, o ficción de fans, es la práctica de escribir una historia basada en algo previamente elaborado y que esté sujeto a la posibilidad de tener un seguimiento humano (léase, fanáticos), como series de TV, películas, libros y demás. También se les conoce como fanfics o simplemente fics.

Para pasar rápido por la historia, técnicamente se habla de un inicio oficial de esta práctica en las fanzines de Star Trek, una altamente popular serie de ciencia ficción, pero no se puede dejar de lado las continuaciones no oficiales y las mil adaptaciones que han visto las sagas de Homero (la Ilíada y la Odisea para los desentendidos), esto sin hablar del círculo de escritores contemporáneos que escribe por y para los mitos de Cthulhu (creados por mi querido Lovecraft y sus compinches hace un muy buen tiempo). 

Nuestra presente entrada va un poco más allá de explicar este concepto y lo que lleva detrás, pues pasa a ser ahora una discusión no solamente de la actividad sino de los marcos que la gente pone y quita una y otra vez. Es un secreto a voces que yo soy partícipe de este mundo que muchos escritores miran con desprecio, mientras que otros tantos lo apoyan diciendo sentirse halagado por inspirar gente y blablablá, así que dejo claro de una vez que mi posición no va a ser imparcial en lo más mínimo.

Por un lado tenemos a Anne Rice, autora de las famosas Crónicas Vampíricas, que solía demandar a todo usuario de cualquier sitio que se atreviera a escribir sobre el universo que ella sola creó con tanto esfuerzo y con el cual se llena el bolsillo cada día de la existencia. Ésta es una postura justificada, pues Rice tiene todo el derecho de decir qué se hace y qué no con su creación. En especial cuando, seamos sinceros, noventa y nueve coma nueve por ciento de lo que vaya a encontrar uno en las páginas de fics es completa y total basura. En este lado del mundo, la acompaña la productora Lucasfilm.

Mientras que en la otra esquina, pesando unos cuantos quilates del oro que escribe, está J. K. Rowling (Harry Potter). Rowling dice leer fanfiction de todo tipo, gustosa de cómo ha creado un lazo entre la escritura y sus fans. Un poco por delante está el lastimosamente ya difunto Douglas Adams (Guía del autoestopista galáctico), quien mencionó en algún punto haber basado escenas en fanfics que había leído. Entonces es fanfic del fanfic pero no lo es y me duele la cabeza si me pongo a pensar mucho en ello.

En un punto que no es el medio, porque no cuadra en ningún sitio, están E. L. James y sus Cincuenta Sombras de Grey.

[SUSPIRA]

Lo diré sin rodeos: Cincuenta Sombras es basura (y una discusión para otra entrada).

Cincuenta Sombras de Grey también es un libro que nació como un fanfic de Crepúsculo, razón por la cual entiendo su baja calidad. Más de una piedra en la cabeza me acabo de ganar pero qué le vamos a hacer. He de acotar que sí, sí existe fanfiction de mejor calidad que la obra original pero ello es un suceso demasiado raro como para hacerle mayor documentación y cuando me topo con ese tipo de fics, creo estar alucinando.

Volviendo al tema, que una serie de libros que haya producido tanto dinero (y una mala película) gracias a otro sin darle ni un centavo (que yo sepa) da razón a las posiciones restrictivas y extremistas de Rice. También porque pueden manchar el buen nombre del contenido original. Aun así, debo mencionar que, técnicamente, todos los nombres bajo Cincuenta Sombras son "originales" y, a pesar de los hechos tan similares que ocurren en ambos libros, se escapa por los pelos de ser un plagio más.

Pues no, no me gusta Cincuenta Sombras ni lo que representa y siento que mancha más esta práctica de lo que lo harían los mil y un fics mal escritos que duermen olvidados en páginas donde el sol teme brillar. Pero me lleva a preguntarme qué otros autores escriben a puertas cerradas, y aunque entienda el porqué se lo guardan con tanto recelo, sería bueno encontrarse con alguien orgulloso se sus orígenes si es que se encuentran en algún foro de fans donde gente como tú y como yo relata sus deseos y versiones.
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domingo, 24 de abril de 2016

Oscurantismo en revolución del siglo 21

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De verdad quería hacer una entrada alusiva al Día del Escritor pero...

  1. No soy escritora.
  2. La situación del país me desanimó un mundo y agarrar el teclado me fue imposible.

Siendo sincera, la situación va a peor pero soy terca. Y este espacio me es útil para desahogarme como tal vez no pueda hacerlo en otro lado, simplemente me niego a soltarlo. 

Como creo haber dicho en ocasiones anteriores, carezco de algún tipo de lazo o amor hacia el país que me vio crecer y ahora me ve sufrir. Me identifico con otras cosas, no con un trozo de tierra delimitado ni con una religión. Ello no evita que sufra igual o más que otros porque de la misma manera me duele mi gente, mi familia, mis amigos y las generaciones que están por venir y aquello con lo que van a encontrarse deja demasiado que desear. Y más que doler, me ofende.

El poder actual nos ha quitado tantas cosas que hasta aspirar a algo mejor es complicado. Es indignante cómo nos dan por sentado allá en la capital pero lo es incluso más que todos sus chistes y morisquetas funcionen. Cuando dijeron pan y circo para mantener un pueblo, el oficialismo lo tomó como un desafío pues poco a poco nos quita el pan y ahora va a privarnos de nuestro circo: la inseguridad no permite salir a las calles a hacer cualquier cosa (porque ni tú ni yo necesitamos una razón para salir de nuestras casas, así sea a la esquina) y la falta de electricidad nos quita básicamente todo.

Porque no son las redes sociales, no es el internet, no es el cable. Es el trabajo, es la labor, es la vida. Vivimos en una sociedad virtualizada, sí, pero esa virtualidad es real porque somos en verdad una sociedad electrificada. Siempre podemos ir al patio, sacar la mesa y jugar dominó (sin cerveza, porque eso también se va) pero ¿qué hospital atiende sin luz a sus paciente tal vez conectados a una máquina? ¿Qué supermercado conserva sus alimentos?

Apagados, ninguno.

¿Cuál creo que fue el problema? La falta de educación, claro.

El venezolano es bochinchero y tiende a sonreír en la cara de la desgracia, qué bien, qué chévere, pero también es alguien que envidia en lugar de aspirar. Quiere algo mejor para sí no porque tenga la motivación de superarse y crecer, no, no, no, lo quiere porque alguien más lo tiene y ¿cómo se atreve alguien a tener algo mejor que uno? El venezolano no crece educado, crece adoctrinado en un cúmulo de ideas arbitrarias modeladas a conveniencia de quien quiera llenarse más los bolsillos en la silla más alta de la nación.

No, tampoco es el venezolano el único en sufrir eso. En realidad es una postura común en la humanidad si nos ponemos con esas y aquellas. Entonces, ¿cuál es mi punto? ¿Por qué es problema exclusivamente de Venezuela?

Dicho en otras palabras si las anteriores fallaron, Venezuela resulta ser un país gobernado por gente que siembra esa actitud, que la celebra y la utiliza para hacer lo que nos está haciendo.

Es en este punto donde me pongo la diana en el pecho para facilitarles el trabajo de lanzarme tomates y piedras, porque yo soy la primera en decir que se quiere ir sin mirar atrás y dejarle el desastre a los demás. No me he ido porque no he podido (¡vaya que he querido!) y si alguien se va, que me lleve. Irme para mejorar yo sola y no quedarme a mejorar con todos. Tal actitud es una de las cosas más dañinas para el país, junto con la ignorancia. En especial la ignorancia, porque además de ser el punto con el que llevo molestando por largo rato al lector, nos lleva a conocer que el problema no es que Nicolás Maduro sea tal singular como es, sino que haya gente que sí le aplauda desde el corazón siendo él como es.

Aunque usted no lo crea.

Y esto sin hablar de la corrupción que ocurre a puertas abiertas porque ni se molestan en ocultarlo. Ni siquiera me molestaré en escribir sobre eso en este momento.
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viernes, 15 de abril de 2016

Recomendación: El jinete del dragón

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Para ser alguien que se afama de leer tanto como lo soy yo, hablo poco de libros por acá. Vayamos arreglando eso.

Quiero dedicar la presente entrada a uno de mis libros favoritos en toda la existencia: El jinete del dragón, de Cornelia Funke.

Escrito en 1997, este libro de aventuras y fantasía nos lleva de la mano como buen libro infantil a un mundo donde los dragones se ven amenazados por la cercanía humana. Para huir de una altamente posible confrontación con nuestra especie, un dragón joven llamado Lung (o Firedrake, dependiendo de la editorial de turno) se dispone a encontrar un lugar de asilo para los suyos conocido como La orilla del cielo. Junto a su fiel y coloridamente elocuente amiga, la duendecilla Piel de Azufre (Sorrel), Lung inicia un viaje donde encontrará otros pasajeros para montar sobre su lomo, entre ellos al tercer protagonista de la historia: el chico humano Ben, y más.

También sucede que los humanos no son la única amenaza entre las páginas, el mayor desafío siendo otro dragón que les pisa los talones para evitar que nuestros héroes cumplan su misión a toda costa además de otros tantos retos y acertijos que tendrán que resolver en el camino.

El jinete del dragón es simple, su narración es veloz y se centra más en las acciones que en las descripciones. Acá en lugar de haber pintorescos escenarios, tenemos pintorescos personajes y acontecimientos. En lugar de aventuras épicas, tenemos desafíos de menor escala pero con resoluciones creativas además de un clímax que destila la suficiente tensión para un libro de este calibre.

No todo es color rosa, como dicen por allá o por acá, y El jinete del dragón tiene sus fallas. Se caracteriza por ser rápido y simple, tal vez demasiado para su propio bien y si antes dije que era infantil, entonces lo recalco porque se le nota a leguas que falla en ser una lectura realmente disfrutable para los mayores (a diferencia de, digamos, Harry Potter). Yo lo leí de pequeña, muy pequeña, y además de enamorarme, fue uno de los dos libros que más me han marcado en cuanto a mis gustos literarios. El otro es Cien años de soledad. He de mencionar que ni antes quedé ni ahora quedo completamente conforme con el final que la autora le dio al porvenir de sus personajes en el último capítulo pero, para una mente infantil, es el desenlace ideal que se desea.


A día de hoy, a pesar de todo, me sigue encantando y me deleito leyéndolo de nuevo una que otra vez. Tiene dragones, aventuras, amistad y magia por doquier, está perfecto para un viaje en avión o para leerle a tus hijos.


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jueves, 14 de abril de 2016

Opinión: Hyper Light Drifter y Pillars of Eternity

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Quería que mi siguiente entrada fuese una recomendación más de dos juegos que me cargan completamente enamorada: Hyper Light Drifter y Pillars of Eternity.


Ambos RPG, ambos difíciles (por diferentes razones) y ambos divinos para los amantes de la manera en la cual el género se desenvolvía en tiempos pasados. Como ambos exigen más de una jugada (en realidad no pero yo misma me lo exijo porque valen la pena), uno todavía no lo he acabado la primera vez y otro es demasiado denso en cuanto al texto, pues, alguna entrada sobre cualquiera de los dos está todavía en la lista de "algún día".

Aprovecho para hablar, entonces, por encima de la impresión que tengo de estos títulos en conjunto. Está de sobra decir que los adoro con el alma y que todo detractor puede pelearse conmigo en el ring de lucha más cercano.

Algunos creerán que bromeo, otros no. Nunca sabrán la verdad.


Uno es pixelado, otro más cercano a un estilo de realismo en cuanto a sus apartados artísticos. El otro tiene textos que rivalizan en longitud con novelas cortas mientras que uno carece de diálogos o, mejor dicho, los pocos diálogos que tiene son a base de imágenes. Uno es a base de velocidad y tiempo de reacción y el otro de estrategia lenta (muy lenta) y minuciosa.

Pero a ambos los esperé con todas las expectativas del mundo, algo que suelo y deseo evitar, y las cumplieron todas y cada una. Me parece, además, que ambos juegos son superiores que su inspiración y competencia (en cuanto a lo que yo busco explotar de ellos).

Hyper Light Drifter me divirtió más que la mayoría de los Zelda 2D y Pillars of Eternity me ofreció una experiencia más profunda y cuidada para el role-play, haciendo cada partida una aventura vastamente diferente y altamente personalizada, mucho mejor que Fallout 4 y Dragon Age: Inquisition, títulos excelentes que brillan por otras cualidades.

Todavía no supero la tremenda decepción que sentí al jugar Fallout 4 y creo que jamás la superaré.

Aprovecho para mencionar que me cuesta hablar de PoE en internet porque Path of Exile también posee esas iniciales y a ambos los sostengo en una estima demasiado alta, y dependiendo del círculo en el que hables uno será más conocido que el otro, como para decantarme por uno.

Esperemos que escriba esas entradas pronto. O no. Igual nadie lee por acá.
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