miércoles, 23 de marzo de 2016

Semana de Santa Locura

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La Semana Santa es, para los desentendidos o seres que no residan en el planeta Tierra, la última semana de la Cuaresma y en ella las personas de la fe adecuada conmemoran a la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo.

Por razones que ya he dejado claras, yo no la celebro pero la unión entre la Fe y el Estado es tal que este año ha quedado como no laborable. Para mí, la declaración pasa sin pena ni gloria porque como desempleada de la República que soy, no tengo nada de lo cual tomar vacaciones. De una manera u otra, significa que mis seres emocionalmente cercanos que se encuentren empleados tienen más tiempo para darme la atención que requiero para subsistir.

Se supone que sería un tiempo agradable, donde yo estaría pasando más rato con ellos y compartiendo. Pero sí y pero no a la vez, porque...

Porque esta Semana Santa se ha vuelto un drama total. De un día para otro mi vida se ha vuelto el equivalente de desactivar el AdBlock del explorador y abrir, yo que sé, PornHub.

Me rebotan dramas y problemas ajenos de la nada como pop-ups y penes lo harían en mi pantalla antes de dejarme tremendo virus rondando por allí. Yo dudo que tenga relación alguna con la luna llena o el eclipse que tendremos la noche de este 23 de marzo pero, conociendo mi suerte, es probable que los planetas de hayan alineado para que todo el mundo perdiera la cabeza al mismo tiempo. Incluyéndome.

Que vuestro Señor se apiada de nuestras almas, porque esta semana no lo hará.
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martes, 22 de marzo de 2016

Opinión: Beyond Eyes

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Dudo que algún juego triple A de este 2016 pueda causarme el mismo impacto emocional que Beyond Eyes.


Sí, salió el 2015 ya pasado, en agosto (septiembre para el PS4), bajo el desarrollo de Tiger & Squid, pero yo vivo bajo no una, sino siete rocas y media. 

Beyond Eyes es... No puedo llamarlo juego, o no debería, porque se asemeja más a un cuento interactivo o a un simulador de caminar. No haces más que eso, ir de un lugar a otra cuidadosamente e interactuar con limitadas partes del mundo en una búsqueda por lo amenazante y desconocido.

Manejas a Rae, una pequeña cuya única compañía es un gato llamado Nani que de vez en vez le hace compañía. Nani deja de aparecer un día y tú, como Rae, sales a por él. No será fácil, porque el mundo te es tan hermoso como desconocido y, además...

Estás ciega y, sin Nani, ahora estás sola.

Narrado como cuento infantil, Beyond Eyes será solamente tan hermoso como tú seas valiente para caminar por el vacío. Verás, Rae no nació así, quedó ciega luego de un accidente con fuegos artificiales y ello se traduce en las mecánicas como que, a diferencia de muchos juegos que exploran otros sentidos, el mundo todavía tiene color porque lo recuerdas. Y vaya que lo tiene.


Lo que tus limitadas capacidades pueden captar se muestran como más allá de lo precioso, gracias al estilo creativo similar a las acuarelas en un lienzo que se va llenando más y más con tal vayas progresando. Pero no todo es perfecto y no todo es lo que parece, las cosas que nos son tan comunes son ahora confusas o peligrosas, como un perro o el hecho de cruzar la calle.

Más allá de lo muy bonito o muy tierno que sea, Beyond Eyes es dolorosamente corto y dolorosamente lento. Muy, muy lento. Las razones están pero la paciencia necesaria no siempre va a hacer su aparición, por tanto además de no ser un juego per se, tampoco es para todos. Las críticas en que recibió en general fueron mezcladas, puros cinco de diez  o similares porque no es malo, pero no es bueno porque no es.

Para poder realmente admirar a fondo la belleza de los escenarios, habría que caminar mucho más de lo necesario y dar vueltas hasta perderse. Por el ángulo de la cámara, lo que realmente se verá más en una partida rápida será el blanco vació, el culo de Nani y la narración escrita.

A mí me ha encantado pero quien busque un juego para pasar el rato debe ya estar mirando a otro lado. Beyond Eyes abre la misma discusión que en su tiempo trajo Dear Esther, una nueva manera de contar una historia eliminando casi toda interacción con los elementos exceptuando el ritmo. ¿Se le puede llamar juego? Si solamente va a contar una historia, ¿por qué no ponerla en papel y ya?

Yo digo que no, que no es un juego pero que sigue siendo arte así como lo es una pintura o lo es un libro. Beyond Eyes no es más que una historia que se aprovecha de otro medio para ser contada y admirada, que no está para ser expuesta en una pared o guardada en una estantería, está para ser experimentada y disfrutada.

Ciertamente, no cualquiera será gustoso de su estilo o de su ritmo pero entre tu arte y mi arte, yo con mi arte tengo. Já.

Me es necesario traer a escena un viejo vídeo que estuvo rondando por YouTube hace como cinco años más o menos. Out of Sight es una excelentemente hecha animación que maneja un concepto demasiado parecido como para ser mera coincidencia


Sin más que decir, me parece tremenda lástima que el público videojugador esté tan reacio a que su medio sea aprovechado para más que disparos, tetas y sangre. Después van y se quejan del anime.

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domingo, 13 de marzo de 2016

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(Extracto del quinto capítulo de Humor y Horror en la calle 69, el cual no ha sido publicado a la fecha -13/03/16-).

"Toda idea, toda ocurrencia, sin importar cuán grande o pequeña, podía ser dicha en cualquier hora y lugar con la mayor sencillez del mundo. Escribirla, darle presencia en el mundo material, solamente poseía una mínima dificultad requerida para su nacimiento dimensional. Ponerla en marcha, por otro lado, representaba una odisea que jamás vería justicia en las páginas de ningún libro (lamentándolo por Homero) o en los pixeles de ninguna pantalla.

Porque no era asunto de valor, no era asunto de creatividad ni de perspicacia. Tampoco era una batalla de voluntades internas.

Era un asunto de locura.

El poner en marcha algo novedoso, en contra de todo lo conocido y repetible, el hecho de crear, no era más que la demencia misma puesta en acción y en espera de una reacción beneficiosa para las partes interesadas. Qué tan loca sería definida la mente detrás de los hechos iría de la mano de la cantidad de riesgos, qué tanto hay que perder y qué tanto hay que ganar. El miedo no tenía cabida en tal locura, porque los locos no son cobardes.


Tampoco son valientes, porque para ser valiente se necesitaba un miedo al cual superar".


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viernes, 11 de marzo de 2016

Recomendación: Mr. Robot

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Hace poco le recomendé a un conocido, cuyos gustos no tan exquisitos presumo de conocer de punta a punta, una serie que le resumí como la decadente vida de un genio informático misántropo depresivo que trabaja de día como un programador para una firma de cíber seguridad y de noche como un hacker vigilante anónimo. Cuando lo hice, no me estaba equivocando.

Pero también podría haberle dicho que trataba sobre capibaras y seguir en lo cierto. Es ese tipo de serie.

Por supuesto, si el título no lo había dejado claro de primero mano, les escribo de Mr. Robot.

De la mente de Sam Esmail y estrenada el 24 de julio del 2015, nos llega Mr. Robot constando actualmente de una única temporada de diez capítulos, alrededor de sesenta minutos cada uno, que nos facilitan (o complican) la historia de Elliot Alderson (Rami Malek), un programador de día y hacker de noche como ya les he dicho. Sumado a eso, el mismo personaje se define a sí mismo como alguien clínicamente depresivo, socialmente ansioso, confundido por las relaciones, con gente dependiendo de él y con el deber de derrotar a la corporación más grande en el mundo.

También añade que todo lo anterior lo escogió. Es ese tipo de protagonista.

Elliot trabaja en Allsafe como uno de sus ingenieros de seguridad informática bajo el mando de Giddeon Goddard y junto a su mejor amiga Angela Moss, cuyo novio Ollie es un capullo. Pero el chico Elliot, además de sus muchos problemas ya mencionados, también esnifa morfina (a la cual jura que no es adicto porque él es superior a eso) y está descontento con la sociedad, lo que lo lleva a hackear y entregar a gente a la policía de manera anónima para poner su granito de arena en el mundo. Dichas acciones lo enredan en una conspiración con la versión de Anonymous de este ficticio mundo: fsociety, quienes quieren destruir a la corporación en la cual se ha conglomerado el 1% del 1% en el que se ubican los millonarios del mundo. E Corp.

E(vil) Corp también es el principal cliente de Allsafe. Pero no es ese tipo de conflicto.

Junto a la vida de Elliot, se van encaminando dos tramas más que tienen poco y a la vez mucho que ver con la suya pero esas conexiones son parte de la tarea del televidente, quien es otro personaje más al Elliot romper completamente la cuarta pared, de descubrirlas y ver qué tan hondo llegan las ramificaciones de nuestras numerosas decisiones.

Mr. Robot es, por encima de todas las cosas, una crítica masiva a todos los bandos socio económicos de la sociedad actual. También es un drama con excelentes momentos de tensión y suspenso.

                           
Sin más preámbulos, yo le doy a la serie nueve de diez estrellas y se la recomiendo completamente a todo aquel que disfrutó de Fight Club (1999). Si añado algo más, puede ser y será considerado spoiler. El mero hecho de haber mencionado Fight Club lo es y me disculpo.

Personalmente, no le doy un 10 perfecto por la suma de unos cuantos factores: en mi opinión tuvo un final que si bien no puedo tildar de malo fue decepcionante y, además, a pesar de una muy inteligente trama, creativos y sorprendentes giros y una actuación increíble de mano de Malek, no sentí conexión emocional con la gran mayoría de los personajes exceptuando a Gideon y a White Rose (quien tuvo dos escenas). Podrían haber muerto por combustión espontánea y me habría extremadamente dado igual.



Y la máscara de fsociety parece tanto la hija ilegítima del Coronel Sanders y Guido Fawkes que no puedo tomarla en serio. Y en el minuto siete con treinta y tantos segundos sonó el rap del Donkey Kong 64 en el capítulo 10.

Mucho cerebro, poco corazón.

De todas formas, mis palabras no le hacen justicia y verla es más que un deber para todo televidente contemporáneo.
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miércoles, 9 de marzo de 2016

Vida y chocolate

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No puedo creer que me he vuelto una de esas personas despreciables que escribe con una bebida caliente al lado pero me ha salido la receta de chocolate caliente más divina de universo y tenía que compartir ese hecho por acá.


Lastimosamente, suceden dos cosas:
  1. Columpios Clandestinos no es un blog de recetas.
  2. Tampoco anoté la receta, fue completamente accidental.
Así que, con el corazón en la mano, he de informarles que me llevaré mi achocolatada delicia a la tumba. Como no la han probado y yo no podré hacerle justicia, dudo que les ocupe demasiado ese pensamiento.


No puedo negar la posibilidad de que algún día me salga de forro abrir el editor de entradas, poner la primera receta que tenga en mente y darle click al botón de publicar sin importarme realmente mantener un orden en la temática de mi olvidada esquina virtual. PERO COMO ESE DÍA NO ES HOY...

Ni será pronto, si me pongo a pensarlo. La dificultad de encontrar ingredientes y el precio que estos tienen en el caso de ser encontrados dificultan soberanamente que me tome la molestia de repetir el experimento, así sea la ambrosía del mundo del cacao. Ah, coño, yo misma me estoy vendiendo mi producto ahora. Qué tentador.


Ambrosía del mundo del cacao
Alguien con mucho que aprender de mí

Pero por mucho que quiera concentrarme en la chillona voz de Bob y ser moderadamente feliz, no puedo sacudirme el recuerdo de la situación del país, algo de lo que no es recomendable hablar ni hoy ni nunca. De por sí, Venezuela es un tema polémico para sí misma, sumándole a eso mi muy singular posición (siendo yo una atea apátrida declarada) es difícil conseguir a alguien dispuesto a llevar una discusión no tan acalorada como el mediodía en Maracaibo (una de las ciudades más calientes del país, casi tanto como las cabezas de sus habitantes).

Ah, coño, yo misma me he desanimado. Porque encima de haber sacado tan desagradable tema, he vaciado ya mi taza.
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martes, 8 de marzo de 2016

Percusión

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Ingrid llevaba año y medio viviendo en su nuevo apartamento. Tal vez ya no tan nuevo como para poder llamarlo como tal y lo suficientemente cerca de la casa de sus padres como para perder la novedad de la ubicación más rápido de lo que había pensado mientras hacía los trámites de compra, pero había estado tan emocionada los dos primeros meses que evitar hablar de su “apartamento nuevo” era imposible. Se le había quedado, como una muletilla cualquiera similar a quienes a día de hoy se refieren a un producto por el nombre de la marca más exitosa que los distribuya.

Ingrid llevaba año y tres meses viviendo con su cachorro de labrador, a quien adoptó cuando éste tenía lo que le calculó como cuatro o cinco meses. Tal vez ya no tan cachorro ni tan pequeño como para poder llamarlo como tal en las citas con el veterinario pero, como toda madre que era sin importar la especie de su hijo, siempre lo vería como si fuese su bebé. Un bebé que gatearía toda su vida, que comería del suelo y se apropiaría de la mitad de su cama hasta el último de sus días.

También ladraba cada vez que llegaban visitas.

Alquitrán, bautizado así por haber sido encontrado lleno del líquido hasta el cuello en una alcantarilla a malas horas de la noche, se había acostumbrado a ladrar cada vez que detectaba a alguien detrás de la puerta principal fuese visita o no. Cuando los vecinos volvían a sus casas en horas de la madrugada y posiblemente ebrios balanceándose y acercándose a su puerta mientras iban a la suya propia, Alquitrán salía corriendo de la habitación para plantarse en la entrada. Y ladrar. Y ladrar. Y ladrar.

En el comienzo a Ingrid le había parecido lindo y útil por partes iguales, pues el ladrido agudo del cachorro era un sonido precioso para sus oídos además de un buen reemplazo para el penetrante zumbido del timbre. Pero Alquitrán se volvió más grande y su voz más grave. Retumbaba en las paredes, escandalizando tanto arriba como abajo y a los lados. Como las visitas eran raras y generalmente de día, los comentarios eran escasos y libres de queja alguna pues el perro gozaba del favoritismo de la mayoría de los inquilinos.

Al menos hasta que empezaron los ladridos nocturnos, dos meses atrás.

Al principio, Ingrid los consideró sucesos aislados, completamente merecedores de toda la indiferencia de la cual era capaz una mujer como ella que negaba estar más cerca de los treinta que de los veinte y solía trabajar desde la comodidad de su sillón escribiendo críticas de películas, series y todo lo que se atreviera a mostrarse a través de una pantalla. Cuando notó el patrón, en cambio, decidió molestarse en acompañar al perro cada vez que éste fuese a la puerta tanto de día como de noche.

Sintiendo la negra mirada de Alquitrán a sus espaldas, Ingrid chequeaba religiosamente la mirilla antes de decidir si abrir o no la puerta, cosa que se había malacostumbrado a dejar pasar en su infancia viviendo con un par de padres confianzudos que le daban la bienvenida a todo aquel que se aventurara a tocarles el timbre. Por dicha mirilla vio ebrios y muchachos correteando más de una vez, los ebrios asustándose de los ladridos y los chicos emocionándose de la cercanía de un ser canino.

Los borrachos enojados provocaban que Ingrid le diese una vuelta extra al pestillo pero nunca serían capaces de ponerle los pelos de punta como aquellas veces que, sin importar cuánto esperase de pie con el ojo vigilante, no aparecía nadie detrás de la puerta.

Lo hubiese dejado pasar de no ser porque Alquitrán jamás se equivocaba ni ladraba en otra ocasión, era un perro generalmente silencioso. Una primera vez para todo, pensó Ingrid devolviéndose a su cama con el perro gimoteando atrás, siguiéndola con la cola entre las patas.

Sería erróneo definirla como una mujer que creyese en fantasmas o seres de más allá, más acá o algún otro plano existencial, pero durante esos dos meses sentía una molestia fría por la nuca todas las noches, cada vez que se acostaba a dormir. Sus negaciones firmes pasaron a abrirse y dar cabida a la duda, a la posibilidad. Al miedo. Cada vez que el sol se escondía, Ingrid empezaba un juego de rebotes consigo misma. Ridícula, se llamaba a sí misma por su cobardía, tratando de convencerse de la imposibilidad de sus sospechas. Discutía, argumentaba  y refutaba todo lo que su paranoia dejase colar en su mente pero ello no solucionaba el hecho de que Alquitrán, sin falta, le ladrase a la nada.

Una noche, no mucho atrás, dejó al perro en casa de sus padres. Tal vez les ladrara a ellos, tal vez consiguiese dormir una noche entera en paz. Tal vez sucedieran muchas cosas o absolutamente nada. En toda su vida no había sentido una soledad tan aplastante como la de aquella vez y todos sus intentos por conciliar el sueño fallaron. La cama rechinaba con el más mínimo movimiento sobre ella, las cortinas susurraban, las ventanas crujían por el viento, las voces de sus vecinos repentinamente estaban justo a su lado.

Todo era mil veces más notorio, más ruidoso, más invasivo… Todo era más. Simplemente más. Al menos, lo era sin Alquitrán fielmente a su lado. Incluyendo los ligeros golpes sobre madera que venían de la entrada.

Tocaban a su puerta.

Se escondió bajo las sábanas con el móvil y contó las horas hasta que saliese el sol. Mientras conducía para buscar a su perro, se repetía que lo había imaginado una y otra vez tal mantra. Una cosa era segura, no dormiría sin Alquitrán junto a ella siempre que pudiese evitarlo. Yéndose de casa de sus padres se le ocurrió la brillante idea de pasar la noche con ellos, inventando cualquier excusa para dormir en su vieja habitación. Sus padres, más que alegres de tener a su hija una vez más bajo su techo, habían aceptado.

Se reprochó por creer que había sido una buena idea, pues los juguetes que había dejado la miraban desde las repisas superiores con sus ojos de botón vacíos de vida alguna. Se sintió multiplicadas veces más juzgadas que en la privacidad de su apartamento cuando empezó a llorar al ver a Alquitrán levantándose de golpe a ladrarle a la puerta de la habitación. Sus padres le dirían al día siguiente que tal cosa no había sucedido la noche anterior.

Volvió a su apartamento y así como crecían sus temores, lo hacían las bolsas bajo sus ojos además del mal humor. Hablaba mucho menos pero salía por ratos más largos que de costumbre a pasear a Alquitrán, quien se conformaba con cualquier excusa para corretear en el parque o al borde de la costa. Los momentos en los exteriores llenos de narices húmedas y colas que iban de lado a lado le devolvían un deje de normalidad a su mente, permitiéndole respirar hondo y calmarse hasta que la necesidad de volver al apartamento se volviese inminente.

Con dos meses de insomnio a sus espaldas, decidió que abriría la puerta y luego se golpearía con ella en la cara por su inmensa estupidez.

Así fue Ingrid como llegó a sentarse con las piernas cruzadas y el corazón en la garganta en medio de su sala con el perro echado a su lado. Alquitrán se movía y revolvía jugueteando con su pelota, la viva imagen de la despreocupación que no hacía más que causar la mayor envidia que Ingrid sintió en años.

Esperó.

Y esperó.

Y se quedó esperando.

El reloj del microondas le indicaba que había pasado menos de una hora, la medianoche aún se encontraba en la lejanía, pero Ingrid tenía la sensación de que el sol estaba por salir. Su percepción del tiempo completamente jodida. En algún momento se quedó dormida encima de su perro, despertándose cuando su cabeza se golpeó contra el suelo, su almohada habiéndose levantado a cumplir su rutina nocturna.

Por los ladridos, tratar de oír cualquier otra cosa sería inútil así que sujetó a Alquitrán cerrándole el hocico sin ser mordida para prestar mejor atención. El perro gruñía bajo su agarre pero no le dificultó al escuchar los tres ligeros golpes provenientes de la puerta. En un casi completo silencio, volvió a esperar.

Cada minuto, volvían a sonar los tres golpes hasta que el reloj le marcó las cuatro treinta y siete de la mañana. Ingrid lloraba, con Alquitrán lamiéndole las lágrimas gimoteando, porque no había explicación lógica para que alguien tocara por tanto tiempo y no se retirase o usase el timbre. ¿Otro borracho? ¿Algún niño? ¿Ratones? No, no y no.

Se levantó con las rodillas débiles y a paso lento se acercó a la mirilla, Alquitrán detrás ladrando con su nueva libertad. No había nadie del otro lado.

No había nadie del otro lado y los golpes continuaron.

Incluso podía sentirlos, pues venían justo detrás de la zona donde había apoyado su mano. Ingrid, con un nudo en la boca del estómago, pateó la puerta, frenando las terribles percusiones. Estaba dividida entre sentirse realmente tranquila o admitir la derrota ante la locura. Antes de decidirse entre un lado u otro, la perilla hizo el además de girarse como si alguien quisiese entrar al apartamento. Por buena suerte y previsión por parte de Ingrid, tenía llave. Por no tan buena suerte, los golpes dieron inicio una vez más. Más rápidos, más fuertes.

Más allá del terror, era la rabia la que corría por sus venas despojándola del frío y de todo raciocinio. Si al final era todo un chiste, era uno horriblemente malo.

Agarró sus llaves del aparador, donde usualmente las dejaba, y con mano sorprendentemente firme insertó la del apartamento en la cerradura sin girarla. Inmediatamente cesó todo sonido a su alrededor.

El silencio no hizo más que frenarla un par de segundos pero estaba decidida y llena de una furia que funcionaba como anteojeras ante la lógica de sus acciones, dejándola con un solo curso a seguir. Con una vuelta de su muñeca, quitó el seguro del cerrojo y abrió veloz pero cuidadosamente evitando todo ruido. Ante ella estaban las puertas a los otros apartamentos, tapetes de bienvenida, las escaleras y el elevador pero ninguna señal de vida humana, animal o vegetal.

Se aventuró a dar un par de pasos sin soltar la perilla, las manos le sudaban, y con un chasquido de su lengua contra sus dientes evitó que Alquitrán la siguiera. Cerró la puerta sin voltearse y se asomó por las escaleras. Bajó un piso, subió dos, llamó elevadores y dio vueltas por el pasillo para encontrar que no había nadie ni nada fuera de lo común.

Ingrid dejó pasar la furia para sufrir el peso del cansancio y se devolvió a su apartamento, se sentía lo suficientemente liberada como para considerar que el sueño volvería a ella sin problema. Cuando quiso abrir la puerta, ésta no cedió ante sus intentos. Tal vez le había pasado llave por error, para que Alquitrán no saliera.

Alquitrán comenzó a ladrar desde el otro lado mientras Ingrid buscaba sus llaves. No las cargaba encima a pesar de jurar haber salido con ellas en sus manos. Maldijo por lo bajo y por lo alto, indiferente del reposo de sus vecinos, y le tocó el timbre a la siguiente puerta más cercana.

Una presión, dos y tres.

Sin importar cuánto presionase el interruptor, éste no producía sonido. Pensó que estaría dañado e intentó con otra puerta para descubrir el mismo resultado. Así con la siguiente y la siguiente, todo acompañado por los ladridos de su perro desde su apartamento.

El frío miedo escaló poco a poco por su espalda, volviendo a instalarse en su nuca. Se acercó a su propia puerta y presionó su timbre mientras calmaba al can con falsa tranquilidad en su voz, la cual sentía retumbar en su garganta pero no llegaba a sus oídos. Como en sus intentos anteriores, ni siquiera su propio timbre funcionaba. Golpeó de un puñetazo la puerta y del otro lado golpearon de vuelta. Alquitrán ladró.

Sintió que su corazón detenía su ritmo y sin pensamiento alguno miró a través de la mirilla.

Ella misma se devolvió la mirada.
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