Mientras lidio con la que ahora es mi cotidianidad, les quiero dejar algo para que disfruten.
A continuación, el vacío existenciál y la duda sempiterna en la forma de un ensayo que escribí en el 2015 para el curso de Bioética por el cual sufrí mientras me titulaba como Psicólogo. Nuestro entonces profesor nos propuso tres preguntas, sobre las cuales debíamos desarrollar no más de dos páginas de contenido que no necesariamente debería ser expuesto de manera pública, pero yo soy una rbelde de corazón.
Es interesante ser Isabel en el 2017 y haberse encontrado de sorpresa con Isabel en el 2015, razón por la cual he dejado el ensayo sin cambio alguno.
Sin más preámbulo: Un ensayo que juro haber hecho a las tres de la mañana a base de azúcar e insomnio.
¿Es moral “mejorar” la naturaleza humana?
¿Tiene sentido la vida humana tal y como ha sido dada por
la evolución?
¿Tenemos derecho a cambiar la génesis humana?
Preguntarse si “mejorar” la naturaleza humana
es moral requiere, primeramente, aclarar aquello que se entiende como
“mejorar”, y proseguir precisando en cuál dirección va a ir dicho mejoramiento
hipotético, suponiendo que exista más de una trayectoria. Ello nos lleva al
término “transhumanismo”, que se
define de acuerdo a la Asociación Transhumanista Mundial (WTA por sus siglas en inglés) como el “movimiento intelectual y
cultural que afirma la posibilidad y la deseabilidad de mejorar
fundamentalmente la condición humana a través de la razón aplicada, especialmente
desarrollando y haciendo disponibles tecnologías para eliminar el
envejecimiento y mejorar en gran medida las capacidades intelectuales, físicas
y psicológicas”. La Asociación ha tomado la eliminación del envejecimiento y la
optimización de nuestras capacidades como definición de mejoramiento, incluso
hace uso de la palabra directamente, y por lo tanto me veo segura en la
posición para seguirlos, en función del presente ensayo.
Gracias a ello, cuestiono a la segunda
incógnita antes de dar respuesta a la primera. ¿Realmente podemos atribuirle
sentido a nuestra vida tal cual ha venido evolucionando? No se trata de
encontrárselo, sino de nuestro derecho a dárselo
cuando con el pasar del tiempo el objetivo común de la humanidad se está
volviendo más y más hacer realidad los sueños y pesadillas de Asimov. ¿Cómo
podemos buscarle sentido al resultado de la evolución si nuestros esfuerzos van
destinados a “superarla”? Slöterdij, en su Teoría
de la acción comunicativa y en oposición a la idea previa, expresa que la
humanidad y su naturaleza no deben ser “tocadas” y, en cambio, se debe
preservar tal cual existe, pero ello no es más que un obstáculo al momento de
saber qué se debe hacer en la situación donde es ese “toque” a la vida, esa
intervención, lo que implica la preservación tanto de uno como del otro, es
decir, de la humanidad.
De acuerdo con el segundo principio de
Beauchamp y Childress, el principio de beneficencia,
se debe actuar con la mejor intención para el otro en mente, ¿y no es la
preservación de una vida la mejor intención que se pueda llegar a tener? Aunado
a ello, el séptimo artículo de la Declaración Bioética de Gijón enuncia que
todos tenemos derecho a la mejor asistencia médica posible. Si el
mantenimiento, preservación, resguardo, etcétera, de la vida implica la
intervención de todo medio disponible, y algunos o todos sean medios
tecnológicos, entonces el mejoramiento de la naturaleza humana, con el fin
anteriormente mencionado, no es solamente moral, sino que además pasa a ser un
deber; un deber moral. A dónde nos vaya a llevar dicho mejoramiento es tanto
parte del mismo cuestionamiento como uno totalmente diferente.
Por supuesto, de nada vale traer a discusión
la meta a la cual nos dirigimos sin antes hablar de dónde venimos. La génesis
humana y su modificación. Habiendo concluido que la intervención en la
naturaleza humana por y para su mejoramiento es moral, negarse al cambio de su
génesis entraría en un cuadro tan absurdo que haría reír al irónico Sócrates.
El Proyecto del Genoma Humano existe con ciertos objetivos estipulados,
objetivos que coinciden con la postura que se ostenta en el presente ensayo,
pues supone que la información recabada en el gen nos atribuirá la posibilidad
de diagnosticar infinidad de enfermedades y malestares durante, e inclusive antes
de, su estadía en el útero.
Cabe destacar la cantidad de Decretos,
Declaraciones y Declamaciones que fallan al prohibir la práctica de la
modificación genética per se, pues se encargan de establecer límites y
jerarquías, lo cual no es menos importante, y supone una plena aceptación de
ésta; por ejemplo, la anteriormente mencionada Declaración Bioética de Gijón y la
Declaración Universal de la UNESCO sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos,
las cuales coinciden tanto al señalar al genoma humano como patrimonio de la
humanidad como en indicar que, bajo ciertas indicaciones, el trabajo en él se
realizará con fines diagnósticos, de investigación y para la procreación cuando
las alternativas no sean aplicables. Dichas señalaciones lo relacionan con el
punto inicial, el mejoramiento de nuestra naturaleza y si éste puede consumarse
como deber moral, entonces el cambio en la génesis traducido como la
intromisión al genoma humano, dentro de ciertas condiciones, es incluso más que
un derecho.
Queda a gusto del lector decidir si
la vida humana tiene sentido alguno tal y como ha evolucionado por su cuenta,
pues ya hemos mencionado que ha trabajado para darle su propio ritmo, ignorante
del curso natural, o si nuestro trabajo no es más que la evolución puesta en
acto mediante nuestras capacidades.
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