domingo, 5 de abril de 2020

Los muertos de Mesas Flojas - pedazo de texto sin pies ni cabeza

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Estoy en un #mood de historias de quasi fantasía urbana, ficción especulativa y realismo mágico rayando en el terrorífico, intentando oír podcasts de misterio/terror y queriendo contenido que rasque mi picazón por cosas que atiendan esa necesidad de pueblos con secretos inexplicables e historias llenas de desgracias inhumanas.

Consideren comprar mi libro DOBLAN, LAS CAMPANAS, si tienen la misma picazón que yo.

Así que me salió esta corta pieza sin final que no sé si vaya a continuar o vaya a usar de manera diferente en el futuro:




Éste no es un misterio.

En el pueblo de Mesas Flojas, llamado así por las siempre tambaleantes mesas en el primer y más popular bar de la localidad, ocurrió un asesinato. El hijo más joven de la familia Gutiérrez fue encontrado en el tanque de agua de la familia Blanco con marcas de manos alrededor de su cuello y cortadas infectadas a lo largo de los brazos, el chico solamente tenía quince años. Se procedió a una investigación, pero la mitad de los vecinos había escuchado los gritos de auxilio la noche anterior que el chico emitió clamando por la piedad de “papá”.

Julián Gutiérrez fue asesinado por su propio padre, Marcelo Guitérrez, el alcalde de Mesas Flojas. El alguacil Montes aceptó la nota de suicidio escrita por la temblorosa mano de la señora Gutiérrez esa misma mañana como toda la evidencia que necesitaba para cerrar el caso, archivándolo como un suicidio y rezando por el eterno descanso de la víctima, e hizo todo lo posible por ignorar las palabras de Marcelo cuando lo cuestionó por mera formalidad.

“Tengo otros tres en camino, uno defectuoso no me va a detener”.

La señora Gutiérrez no estaba embarazada. Pero, como les dije, éste no es un misterio.

El cuerpo de Julián no fue enterrado ni cremado, sino que se llevó hasta la salida del pueblo y fue colgado de su cuello junto a otros treinta y seis cadáveres en diferentes estados de descomposición. A los pies de los mismos se encontraban pequeños montículos de huesos desperdigados y cubiertos de arena, de otros cuerpos ya podridos y deshechos. Allá era donde terminaban todas las personas que intentaban llevarle la contraria a Marcelo Gutiérrez, quien eligió el lugar exacto en el cual sería dejado su hijo: junto al alguacil anterior, o lo que quedó de él luego de ser cortado en dos con un cuchillo de mantequilla.

Había intentado revelarse, el buen pero iluso hombre, a plena hora del desayuno de tostadas y pan del alcalde. Para el momento en el cual ya no quedaba más aire en sus pulmones, el café se había enfriado. La verdosa sangre del alguacil anterior había manchado irreparablemente los sillones de su sala, pero Marcelo pensó que el verde estaba de moda y mandó a cambiar todos sus muebles para hacer juego.
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